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"No me considero insurgente": Cardenal Suárez Inda

El nuevo cardenal, Alberto Suárez Inda, es más conservador que el Papa y menos crítico del gobierno de lo que él mismo era hace unos años. Niega ser u

Escrito en Irapuato el

Alberto Suárez Inda es el quinto cardenal mexicano, undécimo en la historia de México. Desde el 4 de enero, cuando Francisco anunció los nombres de los 20 nuevos cardenales, el sacerdote ha aparecido constantemente en los medios de comunicación.
Ya antes difundía breves videos y escribía artículos de manera periódica en el portal de la Arquidiócesis de Morelia, a la que pertenecen más de 500 sacerdotes y mil religiosas y abarca 468 templos y capillas en 45 municipios de Michoacán y 10 de Guanajuato.
El anuncio de su nombramiento como cardenal le llegó 15 días después de cumplir los 76 años de edad, luego de haber solicitado su retiro el 30 de enero de 2014, cuando alcanzó los 75, como lo marcan las normas eclesiásticas. Pero el Papa le pidió en Roma, en mayo de 2014, que “aguantara”. Cuando lo narra, el nuevo cardenal dice que su nombramiento obedece a una travesura de Francisco.
Suárez Inda ha participado en manifestaciones contra la violencia en Michoacán. Fue uno de los ocho obispos que en mayo de 2013 denunciaron en una carta el sentimiento de indefensión que se padece en la entidad.
Pero, después de su nombramiento, se ha mantenido apegado al discurso del gobierno federal.
Ya con el grado cardenalicio, el arzobispo dio un espaldarazo al gobierno federal en el caso de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, cuando declaró ante el portal italiano Vatican Insider que veía cierta manipulación de los padres de los estudiantes por parte de grupos que buscan la insurrección.
El pasado martes, luego que fue difundida una carta en la que el Papa advierte sobre el riesgo de que Argentina “se mexicanice”, el cardenal calificó esos señalamientos como “atrevidos y picosos” y dijo que había que luchar para cambiar la imagen de México y perdonar al Papa, quien a veces también puede tener un traspié.

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La tarde del sábado 21 de febrero, al día siguiente de su recibimiento en el Centro Histórico, en la casa de Alberto Suárez Inda se escucha el canto de un cardenal.
El sacerdote bromea. Acusa a las tres religiosas que habitan esa construcción donde alguna vez vivió Luis María Martínez y Rodríguez --arzobispo primado de México-- de haber encerrado en una jaula al ave que le regalaron tras su reciente nombramiento.
Además de las tres religiosas y el cardenal, la casa es habitada por el sacerdote Óscar García, quien lo auxilia de manera directa en sus actividades. Desde el 6 de enero se sumó al grupo el joven sacerdote Armando Gómez, de 27 años, como su secretario.
Antes de la entrevista, Gómez pregunta si se contempla retratar al sacerdote, para que Suárez Inda se cambie de ropa. Diez minutos después aparece el cardenal vestido de negro, con una faja roja alrededor de su cintura y un solideo --el gorro redondo de seda-- del mismo color. Lleva en el pecho una enorme cruz de plata que recibió como regalo cuando cumplió 25 años de sacerdocio.
La entrevista ocurre en el patio de la casa, en una esquina del atrio delineado por 12 arcos. Suárez Inda está sentado en una de las cuatro sillas forradas con piel repujada en torno a una mesa redonda. Espera las preguntas con los dedos índice y pulgar unidos para formar un triángulo debajo de su nariz.
La fluidez y grosor en la voz del sacerdote parecen rejuvenecerlo cuando comienza a hablar. Levanta ligeramente los hombros y abre los codos como suele hacerlo.
Niega ser un cardenal insurgente, como ha sido calificado. Le agrada más el mote de pacificador.
Afirma que no es momento de derrocar a nadie, sino de trabajar juntos --gobernantes y gobernados-- para encontrar paz, justicia y libertad.
“Todo obispo, sacerdote cristiano, debe ser hombre que lleve la paz adentro y que trabaje por la paz en la sociedad”, señala.
La última semana de noviembre de 2012, previo al cambio de administración en el gobierno federal, el entonces arzobispo declaró en una entrevista que convendría evaluar la estrategia aplicada por las autoridades en contra de la violencia.
Dos años después, cuando se le pide su opinión sobre el trabajo hecho por la administración de Enrique Peña Nieto, prefiere eludir el tema. Pide actuar con serenidad y dejarlo al juicio de la historia.
En cambio, hace un llamado a la sociedad a trabajar en conjunto para lograr una democracia más participativa.
“Seguimos viendo a papá gobierno como quien tiene la solución a los problemas y la responsabilidad de todos los males”, sostiene.
Por momentos, parece que habla un político. Justo así lo califican algunos académicos locales, como el historiador Ramón Sánchez Reyna, de la Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo.
--¿Cuál es la labor de un sacerdote en el contexto de violencia que padece Michoacán? --se le pregunta al prelado.
“Tender puentes para el diálogo y crear confianza en sus habitantes”, responde.
El sacerdote admite que la Iglesia Católica en Michoacán carece de una estrategia específica para revertir la violencia, pero afirma que ya se han reunido con representantes académicos y empresariales para establecer una agenda de trabajo.
El celayense lamenta la falta de congruencia de algunos católicos que han tenido poca formación en el compromiso social y se contentan sólo con las devociones y la práctica de los sacramentos religiosos. Advierte que existe un divorcio entre la vida y la fe.
Suárez Inda asegura que uno de los pendientes que tiene la Iglesia Católica es que los sacerdotes se hayan dejado contaminar por el gusto por la superficialidad y en ocasiones caigan en vicios “mundanos”.
“Hoy, desgraciadamente, es un escándalo que un sacerdote o un obispo no lleve una vida estrictamente fiel a su vocación y su ministerio, pero son hechos que debemos reconocer”, confiesa.
En 2005, Grupo Reforma difundió que el cardenal consintió al sacerdote Francisco Domínguez con una relación conyugal dentro de su diócesis.

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Cuando Suárez Inda habla sobre su familia el tono de voz cambia.
Fue el menor de 11 hermanos de una familia católica practicante. Su padre, Luis Suárez, tenía 46 años de edad cuando él nació; su madre, Amelia Inda, 43. El ahora cardenal pudo celebrar las bodas de oro de ese matrimonio y posteriormente encabezar la ceremonia de sus funerales. Dirige muchas de las ceremonias religiosas de sus familiares.
El cardenal no recuerda si alguien lo persuadió de hacerlo, pero en su álbum de la primera comunión, con siete años de edad, plasmó su deseo de convertirse en sacerdote. Cuando terminó la primaria, luego de escuchar a un misionero en su colegio y visitar el seminario, le confió a su padre su vocación.
El hombre le pidió que esperara a crecer un poco. Cuando terminó la secundaria, insistió. Su padre, con temor, volvió a pedirle que lo pensara bien: “No hay medias tazas en esto”, le advertía.
Su madre supuso que no tendría el carácter suficiente para perseverar. “Pensó que iba a tener mamitis”, comenta ahora el cardenal.
Atribuye parte de su interés por el sacerdocio, así como el desarrollo de carácter, a las habilidades adquiridas en el primer grupo de Boy Scouts de Celaya, dirigido por un sacerdote de 23 años de edad.
Finalmente, Suárez Inda entró al seminario de Morelia a los 15 años de edad. Ahí conoció al cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, asesinado el 24 de mayo de 1993 en un tiroteo en el aeropuerto de Guadalajara.
A los 19 años, Suárez Inda hizo estudios de Filosofía y Teología en Roma, con los jesuitas en la Universidad Gregoriana y como residente del Colegio Latinoamericano.
En su estancia conoció al hoy santo Juan XXIII, que preparaba el Concilio Vaticano Segundo, poco antes de la celebración de las Olimpiadas de Roma 60.
La única vez que pudo hablar con él, Suárez Inda recuerda que el Papa le pidió subir de peso: “estás muy flaco”, le dijo.
“Y por orden pontificia, subí de peso”, bromea quien es aficionado a los postres dulces y tiene especial aprecio por las pastas.
Suárez Inda obtuvo un permiso para ordenarse como sacerdote en su tierra, Celaya, el 8 de agosto de 1964. Fue nombrado obispo de Tacámbaro, Michoacán, el 5 de noviembre de 1985. Ahí permaneció durante 10 años hasta que el 20 de enero de 1995 recibió la designación como octavo arzobispo de Morelia.

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Elio Masferrer Kan, director de la Asociación Latinoamericana para el Estudio de las Religiones, identifica la aparición de Alberto Suárez Inda en la escena política eclesiástica en México luego del cierre del Seminario Regional del Sureste (Seresure) --influido por la Teología de la Liberación-- a principios de los años 90, tras la visita que hizo el comité conformado por Emilio Berlié, Norberto Rivera y Alberto Suárez Inda.
La posterior colocación de los tres sacerdotes al frente de los arzobispados de Tijuana, Ciudad de México y Morelia, respectivamente, ha sido interpretada como un premio por su participación en el cierre del Seresure.
Alberto Suárez Inda es identificado como uno de los obispos cuyo nombramiento fue palomeado por Girolamo Prigione, miembro del sector conservador del Vaticano, delegado apostólico en México de 1978 a 1992 y nuncio apostólico de 1992 a 1997.
Suárez Inda también forma parte del llamado Grupo de Roma, al que pertenecen los jerarcas católicos que hicieron estudios en esa ciudad. El celayense coincidió con Juan Sandoval Íñiguez al inicio de sus estudios de Filosofía, cuando el actual arzobispo de Guadalajara hacía un doctorado.
Norberto Rivera llegó a Roma un año después de Suárez Inda y compartieron tres años.
Masferrer Kan destaca que Suárez Inda se ha movido de manera cómoda en la corriente de la “Teología de la Prosperidad”, relacionada con los sectores adinerados en México.
El académico interpreta su reciente designación como cardenal a un afianzamiento de los sectores conservadores en el Vaticano.

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Dante Gómez, el chofer que ha llevado a todos lados a Suárez Inda en los últimos ocho años, califica al sacerdote como un hombre inteligente, bondadoso y buen líder.
Una mujer que pertenece a la animación litúrgica de Morelia, proveniente de Huetamo, en la tierra caliente michoacana, refiere que Suárez Inda nunca olvida un rostro. “Es alegre, modesto y sencillo”, afirma. La mujer no duda que el sacerdote irá derecho al paraíso.
Laura Garza de Morín, de 40 años de edad, sobrina política del sacerdote, ve al que llaman “tío Beto” como una persona íntegra que funciona como un consejero para la familia.
Narra que cuando su suegra, prima del cardenal, se encontraba muy enferma en un hospital, con muy pocas posibilidades de sobrevivir, le llamaron para consultarle qué hacer.
--Si ya hay muerte cerebral, desconecten el respirador y no tengan ninguna preocupación. El dueño de la vida es dios, desconecten a mi prima --recuerda que les dijo el cura.
La eutanasia es uno de los temas que Alberto Suárez Inda ha apoyado desde años atrás en Michoacán. En 2009, el Congreso estatal aprobó la Ley de Voluntad Anticipada sólo después del visto bueno que les otorgó Suárez Inda.
El cardenal ha insistido en que no se trata de “eutanasia”, sino una “forma digna de morir”.
En otros temas polémicos para la Iglesia, el celayense se ha mostrado siempre conservador. En 2009, para ilustrar su visión de la diversidad sexual, echó mano de una analogía con animales:  “Los perros no hacen el sexo entre dos del mismo sexo; normalmente la inclinación natural es relacionarse de forma heterosexual”, afirmó.
Previo al estreno de “El crimen del padre Amaro”, en 2002, Suárez Inda publicó una carta en la que señalaba al filme como un ataque a la Iglesia Católica. Y Morelia fue la única ciudad donde no se exhibió en la fecha de su estreno nacional.
Suárez Inda también fue el encargado de justificar el retiro del sacerdote pederasta Marcial Maciel, en 2006. Afirmó que la decisión obedeció a su avanzada edad.
Como vicepresidente del Episcopado Mexicano, Suárez Inda informó de su muerte:
“Todos estamos manchados. Todos los hijos de Adán nacimos contagiados del pecado, pero Dios es misericordioso y yo creo que su buena intención no tiene duda de servir a la Iglesia. Si hubo algún error, pues ahora es el momento de orar por él, de pedir por él”.

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El primer templo donde Alberto Suárez Inda ofició misa como párroco está situado en el barrio de El Zapote, en su natal Celaya. Es la iglesia Asunción de María, donde, según registros históricos, fue concebida la fundación de la ciudad bajo la sombra de un mezquite. Ahí fue erigida una columna de cantera con una estatura de la virgen que da nombre al templo en la punta y se conserva hasta la fecha.
Durante los años en que Alberto Suárez Inda estaba en el seminario de Morelia, recibía desde ahí oraciones al unísono en las reuniones del catequismo.
“Niños, vamos a rogarle a Dios, vamos a pedirle a Dios, por mi hermano. Arrodíllense, por favor. Cierren sus ojitos y díganle: Jesús, te pido por el seminarista Alberto Suárez Inda para que le conceda ser sacerdote”. La indicación la daba Amelia Suárez Inda, hermana mayor del cardenal y catequista en aquellos años, cuando la familia vivía en la calle de La Paz, donde ahora se ha levantado un sanatorio.
Los Suárez Inda siempre han sido reconocidos en Celaya como una familia con solvencia económica.
El padre de Alberto Suárez Inda y sus hermanos tenían un negocio con injerencia en gran parte del Bajío, dedicado a comercializar principalmente vidrio, pero su abanico de mercancías era amplio.
“Vendíamos desde un alfiler hasta un tractor”, precisa Ricardo Suárez Inda, el hermano mayor del cardenal.
Ricardo Suárez Inda fue alcalde de Celaya y diputado local por el PAN. Actualmente trabaja en la Secretaría de Finanzas de Guanajuato, en la administración de Miguel Márquez Márquez.
María Guadalupe Suárez Ponce, hija de Ricardo Suárez y sobrina del cardenal fue legisladora local y federal, también por el PAN, además de jefa de la oficina de la ex primera dama, Margarita Zavala.
El cardenal, sin embargo, dice que es panero, que no es lo mismo que panista.
Luz María Ramírez, una mujer de 71 años de edad que parece de 55 y atribuye su aspecto más joven al tiempo dedicado a la Iglesia Católica, es una de las niñas que tomaban catecismo con la hermana del cardenal hace más de medio siglo.
El apego de esta vecina de El Zapote a la Iglesia derivó en que ella y su familia formaran la primera estudiantina a nivel nacional, hace 30 años.
Ella recuerda que el año que Suárez Inda estuvo al frente de la Parroquia de Asunción de María, en 1973, le tocó lidiar con la inundación de la ciudad. Lo describe a bordo de un tractor repartiendo tortillas y víveres a las personas atrapadas en los techos de las viviendas.
“Este sacerdote es de familia económicamente muy acomodada. ¿Por qué siguió el sacerdocio? Es un verdadero llamado de Dios. Siento que como humano sacrificó lo terrenal para dedicarse a Dios”, afirma quien es maestra jubilada.
Margarita Bolaños, una mujer que vende tortas en una tienda de abarrotes cada vez más vacía, discrepa totalmente.
La comerciante narra, sentada debajo de un póster de Juan Pablo II y al lado de un cuadro del Santo Niño de Atocha, que cuando Alberto Suárez Inda ofreció una misa en la Parroquia de la Asunción de María en enero pasado, para agradecer su nombramiento como cardenal, no quiso recibir el abrazo que la mujer le brindaba, a diferencia de otras personas que identifica como de alto poder adquisitivo.
La mujer volvió a su tienda y lloró un buen rato.
“Dios no distinguió, mugrosa no ando. Por eso muchos cambian de religión. Aunque yo soy de hueso colorado”, dice resignada.

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