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PAN: la crisis de los 75

Hace tres cuartos de siglo, un grupo de ciudadanos encabezados por Manuel Gómez Morin se reunió en el Frontón México para fundar el PAN. La institució

Escrito en Irapuato el

El PAN afronta su tercera edad en plena crisis. Después de haber ejercido el Gobierno federal durante dos sexenios, cayó al tercer lugar en las elecciones presidenciales de 2012 y hoy, de regreso en la oposición, se muestra como un partido convulsionado por el choque entre grupos internos, desprestigiado por escándalos de corrupción y desdibujado en su oferta política.
Tres diagnósticos internos, hechos tras las derrotas en las elecciones de 2003, 2009 y 2012, dejan ver un deterioro paulatino de Acción Nacional.
2003: primera advertencia

En 2003, cuando el PAN perdió las elecciones federales intermedias, se creó una Comisión de Reforma de Estatutos que elaboró un crudo diagnóstico que describía un partido sin estructura, sin líderes sociales, sin discurso atractivo, sin funcionarios leales a sus principios; un partido burocratizado y organizado hacia adentro.
“El partido no funciona como enlace ni interlocutor válido ni eficaz con el Gobierno, porque nunca nos enteramos de las necesidades reales y sentidas de los ciudadanos. Cuando llegan panistas al poder, se montan en viejas estructuras y, consecuentemente, la percepción ciudadana sobre el Gobierno no cambia”, se señalaba en aquel documento.
Desde entonces, se advertía que el PAN vivía una lucha interna por los cargos directivos, con el único fin de operar afiliaciones masivas de militantes para influir en la selección de candidatos y la obtención de espacios de poder.
“Muchos dirigentes están más preocupados por sus posibles candidaturas, que por el trabajo del partido”, concluyó aquel grupo de trabajo.
A partir de 2004, el PAN puso en marcha una profunda reforma de sus documentos básicos, hizo un vistoso proceso interno para seleccionar a su candidato presidencial en 2005, y logró desplegar una campaña exitosa para emparejar a Andrés Manuel López Obrador en 2006.
Además del cuestionado triunfo de Felipe Calderón en los comicios presidenciales, el blanquiazul pudo reposicionarse como primera minoría en el Senado y la Cámara de Diputados, y mantener las gubernaturas de Jalisco, Morelos y Guanajuato.
Manuel Espino, entonces dirigente panista, pudo presumir el mejor resultado electoral en la historia de Acción Nacional.
2009: la alerta no escuchada 

Pero los problemas de fondo, diagnosticados por la cúpula panista en 2003, no se resolvieron. Calderón y Espino llevaron al borde de la ruptura sus añejas diferencias y el entonces Presidente operó para hacerse del control del partido hasta en las más mínimas instancias de dirección partidista.
En las elecciones federales de 2009, el PAN perdió el Congreso, las gubernaturas de Querétaro y San Luis Potosí, el llamado “corredor azul” conformado por los municipios conurbados del Valle de México, y un sinfín de alcaldías y diputaciones locales. El descalabro fue de tal magnitud, que el dirigente que Calderón había impuesto en 2007, Germán Martínez, renunció al cargo y convocó a una nueva reflexión sobre la crisis partidista.
El Consejo Nacional creó una Comisión de Reflexión encabezada por el panista neoleonés José Luis Coindreau, que redactó un documento de 22 cuartillas en el que se identificaron 200 factores que precipitaron la derrota.
La pérdida de identidad partidista, los conflictos entre militantes, la imposición de candidatos, el abandono de causas populares, el divorcio entre el PAN y la ciudadanía y la falta de contundencia para enfrentar al PRI y sus gobernadores destacaban en el análisis que, a su vez, revelaba una profunda crisis moral de la institución.
“En el comportamiento de los panistas no aplica la fuerza de las ideas, sino la fuerza del interés, la nómina y el poder”, señalaba el documento, “ya no somos el partido del cambio; al ganar el Gobierno no hicimos un manual de procedimientos panista y asumimos la práctica priísta. Los ciudadanos no distinguen al PAN y dicen: ‘todos los partidos son iguales’. Se perdió la responsabilidad ética ante el juicio ciudadano”.
Los líderes panistas advertían ya la estrategia de posicionamiento del entonces gobernador mexiquense, Enrique Peña Nieto. Y hacían un llamado urgente a frenar el regreso del PRI.
“El maridaje Televisa-Peña Nieto-PRI es cínico y está impune”, se alertaba.
Sin embargo, las líneas de acción recomendadas por el llamado “informe Coindreau” fueron ignoradas, y en 2012 Acción Nacional se hundió aun más.
2012: la catástrofe

Josefina Vázquez Mota llegó derrotada a las elecciones presidenciales, tras un desgastante proceso interno contra Ernesto Cordero -el delfín de Calderón- y con un frágil partido encabezado por Gustavo Madero, un dirigente que no gozaba de la simpatía del presidente de la República.
Vázquez Mota encabezó un fallido equipo, que no atinó ni siquiera a crear un lema de campaña. Inició su proselitismo con un acto en el Estadio Azul en el que los militantes prefirieron salirse para no perder el transporte, que quedarse a escuchar su primer discurso como candidata.
Josefina nunca pudo asumir el liderazgo real de un partido que, como agravante, se había ido desmoronando en lo local durante el calderonismo: entre 2007 y 2011, el PAN perdió una de cada tres elecciones municipales, entregó al PRI las gubernaturas de Yucatán, Querétaro, San Luis Potosí, Aguascalientes y Tlaxcala; una decena de ciudades capitales y la mayoría en más de 20 congresos estatales.
El 1o. de julio de 2012, la candidata obtuvo 12.7 millones de votos, frente a 15.8 millones de López Obrador y 19.1 millones de Peña Nieto. Ella se hundió al tercer lugar, pero el PAN se mantuvo como segunda fuerza política, pues en las elecciones de senadores y diputados obtuvo más de 13 millones de sufragios, y la izquierda atomizó sus votos por la alianza PRD-PT-Movimiento Ciudadano.
Aun así, las pérdidas en congresos locales y ayuntamientos fueron notables y, de siete gubernaturas en disputa, el PAN sólo ganó una: Guanajuato.
La derrota atizó el fuego entre Calderón y Madero, y generó que muchos militantes, en grupo o a título individual, hicieran diagnósticos y propuestas.
Los ex dirigentes, con Calderón a la cabeza, hablaron de refundación y sugirieron actuar de inmediato, antes de dejar Los Pinos.
Madero se atrincheró para evitar que Calderón asumiera el control del PAN; le ganó la partida gracias a que asumió la interlocución con el Presidente electo -con quien negoció el Pacto por México-, y convocó a un nuevo proceso de reflexión, del que surgió otro diagnóstico lapidario sobre la crisis partidista.
Cuatro puntos destacan del documento que, en enero de 2013, entregó la llamada Comisión de Evaluación y Mejora al Consejo Nacional: 1. Pérdida de identidad; 2. Derrota cultural (“en algunas ocasiones nos contaminamos del clientelismo, autoritarismo y corrupción de la cultura que pretendemos cambiar”); 3. Caer en la tentación de ser un partido de masas, y 4. Extrema judicialización de la vida interna, que se tradujo en más de 25 mil juicios de panistas contra su dirigencia (el 70% de todos los que llegaron al Tribunal Electoral entre 2011 y 2012).
El documento revelaba que la base de votantes de Acción Nacional cayó de 16 millones a 13 millones entre 2000 y 2012, debido a sus fallas en el gobierno y sus problemas internos.
“Durante los 12 años que el PAN encabezó la Presidencia de la República, no logramos desmantelar el viejo régimen autoritario. No tuvimos la capacidad de generar una cultura democrática hegemónica. En algunos casos, incorporamos las prácticas autoritarias clientelares y corruptas que criticamos en nuestros gobiernos y en nuestro partido”, concluía la comisión.
2014: la corrupción

Liberado del yugo de Calderón, Gustavo Madero emprendió la reforma del PAN a partir de ese diagnóstico. Comenzó con una depuración del padrón de militantes; acción criticada en una primera instancia -pues se generó la impresión de que ocurría una desbandada, al pasar de 1.8 millones de panistas a 372 mil que refrendaron su militancia-, pero que a la larga fue sana para el PAN, pues le permitió conocer su dimensión real y comenzar a sanear sus procesos internos.
La reforma de estatutos convocada por Madero fue aprobada en una accidentada Asamblea Nacional, que volvió a mostrar a un partido convulsionado -aunque vivo-, en el que se impuso como nuevo método de elección de dirigente nacional el voto directo de todos los militantes.
Madero se reeligió, en mayo pasado, con ese nuevo método, tras una campaña plagada de acusaciones entre él y Ernesto Cordero.
Pero la renovación del PAN encabezada por Madero enfrenta un problema mayor, que ensombrece sus intenciones: el escándalo de los “moches” que algunos legisladores -entre ellos sus dos principales operadores, Luis Alberto Villarreal y Jorge Villalobos- cobraron a presidentes municipales para asignarles recursos federales para obra pública. Un tema que Madero prometió investigar, pero que no ha terminado de aclarar y que representa el principal lastre de su dirigencia.
Iniciados los preparativos para el festejo de su 75 aniversario, un nuevo escándalo toca las puertas del PAN, esta vez desde Sonora, donde Guillermo Padrés, uno de los cinco gobernadores que le quedan al partido, enfrenta acusaciones por abusos y corruptelas.

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