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En busca de una Geisha

Kioto es el principal destino de Japón para toparse con estas míticas damas ataviadas de coloridos kimonos.

Escrito en León el
En busca de una Geisha

Su presentación es contundente: la antigua capital de Japón (entre el 794 y 1868) conserva su patrimonio histórico, artístico y arquitectónico, gracias a que fue la única gran ciudad que se salvó de los bombardeos en la Segunda Guerra Mundial. Y, por si fuera poco, es la cuna de las geishas y el principal escenario del mundo donde se les puede ver.
“En cuanto escucha la palabra geisha, todo aquel que visita Kioto anhela ir al encuentro de una”. Las palabras de Masako Fukunishi, nuestra guía, se vuelven profecía. Para toparlas, hemos decidido pasear por Gion y Ponto-cho, dos de los cinco distritos de geishas de la ciudad.
Pronto, aclara que estas mujeres no prestan servicios sexuales sino que dedican su vida a preservar el arte japonés tradicional (y lo deciden por voluntad propia, alrededor de los 15 años): se dedican a servir té y sake; a cantar, tocar y bailar; y nunca participan en una conversación. Su preparación dura cuatro años, a las profesionales se les llama geikos y a las aprendices maikos, y pueden ganar hasta un millón de yenes (cerca de 130 mil pesos) en un mes. Pese a eso, según Masako, ya sólo existen 300 en todo Japón.
Verlas parece cuestión de suerte, a menos que se tenga el dinero para contratar sus servicios. Así, cruzando los dedos, caminamos por los rincones más bellos de Kioto: construcciones el estilo tradicional del siglo 19, en las que se aglutinan los mejores bares y restaurantes, así como las residencias de las geishas.
En Gion, uno puede escabullirse por varios callejones, Ponto-cho está formado por una única calle, estrecha y peatonal.
En una vista rápida se aprende que los restaurantes están abiertos cuando hay una cortina de tela en la entrada, y que los platos con sal a los costados son para alejar a los malos espíritus ¿o los malos clientes?
Aún es temprano --apenas pasa del mediodía-- para ver a alguna en la calle; Masako explica que salen generalmente después de las cinco de la tarde a trabajar.
Un rato más y estamos casi resignados a que nos iremos en blanco. Pero las puertas de Kioto, aún las más pequeñas, esconden sorpresas cuando se abren: ¡voilà!, ha salido nuestra geisha. No lleva maquillaje, pero trae un colorido kimono y usa su característico peinado, el cabello recogido en gajos hacia la coronilla.
Le pedimos permiso para hacerle un retrato, a lo que responde que no, que tiene prisa. Apenas logramos verle a los ojos cuando su imagen ya comienza a desvanecerse a la distancia. Aunque muy poca, tuvimos suerte.

De tono rosado

Hacia los últimos días de marzo y los primeros de abril sucede uno de los eventos más importantes de la vida japonesa: el hanami, que es la tradición de observar la belleza de los sakura (cerezos).
La floración de los cerezos, que ocurre de sur a norte, desde las islas de Okinawa hasta la isla de Hokkaido, y hace que todos acudan a parques y jardines a disfrutarlo. Kioto, por ser una de las ciudades más tradicionales de Japón, es una de las consentidas de propios y extraños para ser testigo de primera mano.
Es tan importante que hasta en los noticiarios se da a conocer la evolución de los cerezos de cada región.
Varios nipones lo consideran su Navidad, ya que es la oportunidad para comer, beber y charlar.
“Es un recordatorio de que los buenos momentos no duran para siempre, por eso también nos sentimos nostálgicos”, expresa Masako Fukunishi, guía de turistas

Infinito carmesí

Cuenta la leyenda que, hace miles de años, un hombre lanzó una flecha, que cayó dentro de un círculo blanco y se convirtió en una grulla. Ésta voló hasta el lugar donde se ubica actualmente el santuario sintoísta Fushimi Inari Taisha, el más importante de Kioto.
Dedicado al espíritu de Inari, dios del arroz, este lugar destaca por sus interminables toriis (puertas que marcan la frontera entre lo profano y lo sagrado) de color rojo.
Cada una ha sido donada por un particular, una familia o una empresa que desea riqueza en sus negocios, pues, en la antigüedad, se asociaba una buena cosecha de arroz con tener prosperidad; entre más grande, obviamente más costosa, pero también mayor el deseo de fortuna. En cada pilar está escrito quién lo donó y cuándo lo hizo.
Actualmente hay 3 mil 381 puertas, cifra que aumenta cada día. El conjunto ya es parte esencial de las vistas a este monte sagrado, repleto de senderos que conducen a otros santuarios más pequeños.
Los viajeros llegan a este rincón en el sur de Kioto para recorrer el pasadizo techado que forman las toriis y para conocer una de las locaciones de la película Memorias de una geisha (Rob Marshall, 2005).

Un detalle más: La entrada es gratuita y siempre está abierto.

Dorado reflejo

El reflejo en el agua del templo budista Kinkakuji, o Pabellón de Oro, es una de las postales más esplendorosas de la ciudad, aún más al amanecer o al atardecer.
Ubicado al norte de Kioto, este recinto zen se distingue porque las paredes exteriores de dos plantas superiores están recubiertas con la técnica conocida como pan de oro (lámina fina de oro). Y en la parte más alta del techo, un ave fénix corona la construcción: simboliza la vida eterna.
Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y Monumento Histórico de la Antigua Kioto, este lugar se construyó en 1397 como villa de descanso del shogun Ashikaga Yoshimitsu, después, hacia 1408, se transformó en templo zen y actualmente sirve para guardar las reliquias de buda. Cabe mencionar que el edificio de ahora es una reconstrucción de 1955, luego de un incendio provocado por un monje.
El estanque está rodeado por un jardín paisajístico desde el cual se obtienen varias perspectivas del pabellón y se encuentran varias figuras de piedra a las que los visitantes lanzan monedas para pedir algún deseo.
Este templo inspiró a Yukio Mishima para escribir la novela homónima publicada en 1956.

Un detalle más: El boleto de entrada es, además, un amuleto con deseos de buena suerte y paz en la familia, por si se desea conservar.
En el espejo de agua que rodea al templo hay islas y piedras que representan la creación budista.

De agua pura

El templo budista Kiyomizu-dera, que significa “templo del agua pura”, es en realidad un conjunto de recintos religiosos situados al este de Kioto.
Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1994, este sitio presume en su salón principal un imponente balcón sostenido por 139 columnas de madera ensambladas de forma que no se usara un solo clavo. Sus 15 metros de altura no sorprenden, pero sí la manera en que se construyó.
Se creía que si alguien saltaba de este balcón y sobrevivía, se le concedía un deseo; hay registros de 234 saltos y sólo el 15 por ciento resultaron fatales. Actualmente está prohibido intentar semejante hazaña, pero se convirtió en una expresión popular que denota valor: “Como saltar del balcón del Kiyomizu”.
A los pies del balcón se encuentra otro de los puntos más buscados: la cascada Otowa, que dio nombre al templo. De supuestamente propiedades terapéuticas, el agua se divide en tres chorros de los que los visitantes pueden beber para conseguir amor, trabajo o salud,  para lo que hay que hacer una larga fila que, por fortuna, avanza rápido.

Un detalle más: la mayoría de los visitantes acuden vestidos con kimonos, que se rentan en comercios ubicados en las faldas de la colina de Higashiyama.

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